“Nunca imaginaron toparse con un ejército
de verdaderos Tigres al mando del Stronguista Coronel Bernardino
Bilbao Rioja, apoyado por otros comandantes bolivianos como el Coronel
Angel Ayoroa, el Mayor Eduardo Paccieri y el Teniente de caballería
José Rosendo Bullaín, jugador de The Strongest hasta
el comienzo de la guerra.
Para Bullaín los dos años que habían
pasado desde el último partido que jugó con su amado
Tigre parecían una eternidad. Las encarnizadas pero fraternales
luchas del clásico The Strongest-Universitario, la inauguración
del coloso de Miraflores en 1930, seguramente pasaron por la mente
del Teniente mientras aguardaba la orden final de marchar a su encuentro
con el destino.
Sus soldados estaban agotados tras diez días de lucha, muchos
de ellos con los rostros desfigurados por los implacables espinos
del Chaco.
Cuando el momento llegó resonó el
“Warikasaya K’alatakaya” para alentar a las tropas.
El grito de guerra, que había llevado a la victoria en tantas
batallas deportivas, era ahora eso, un grito de GUERRA.
Como tigres enardecidos los hombres de Bullaín
se lanzaron por su presa. Se sabía que los paraguayos esperaban
el ataque, pero igual la sorpresa fue mayor cuando por entre la
tupida maleza surgieron múltiples ráfagas de fuego
que derribaron a varios atacantes. Los bolivianos vacilaron y se
lanzaron a cubierto, el cansancio de varios días de lucha
se acumuló y las fuerzas parecieron desfallecer.
“¡Warikasaya K’alatakaya!”,
como gualdinegro de gran corazón que era, José
Rosendo Bullaín se levantó del piso
donde se encontraba tendido luego de la descarga paraguaya y, seguido
por sus hombres, se dirigió enardecido hacia el origen de
las balas asesinas de sus camaradas.
Blandiendo su pistola y con botas de caballería,
era fácil discernir al Teniente de entre sus hombres.
Varias descargas frenaron en seco a Bullaín, y su cuerpo
cayó a tierra. Pero, para sorpresa paraguaya, sus hombres
siguieron su rápido avance impacibles. Otra descarga, caen
más cuerpos, pero el avance continúa. Estos “bolis”
eran diferentes, avanzaban vociferando un grito en un idioma incomprensible
para ellos. Un grito que helaba su sangre. Metro a metro estos “tigres”
del Chaco arrollaron la vanguardia de nidos de ametralladora paraguayos
y se acercaron a la línea de defensa final.
“Warikasaya K’alatakaya!”,
y el pánico se sembró en la última línea
de defensa de la vital picada. Sálvese quien pueda, "estos
no eran hombres, eran animales salvajes”.